Psicología Analítica de Jung: La Construcción del Anima/Animus.

    Más profundamente sumida en el inconsciente, la imagen del anima/animus es aprehendida ante todo a través de la disminución de la proyecciones. Ella aparece sólo después de este primer distanciamiento en las mismas circunstancias que cualquier otra manifestación del inconsciente: los sueños, los fantasmas, las figuras literarias o mitológicas... Se trata siempre de un personaje femenino en el hombre y masculino en la mujer. Su aspecto no recuerda a nadie en especial: nunca se trata de la imagen de una persona de los círculos del que sueña. Tal imagen retorna regularmente en la vida onírica, con un carácter, un rostro y un comportamiento que le son propios. Es portadora de una intensidad numinosa, es decir, de un valor emocional y afectivo correspondiente a lo sagrado.

   La construcción de la representación inicial del anima es realizada a partir de tres factores:

- La relación entre el hijo y su madre, tal como ha sido realmente vivida.
- La relación entre el hijo y la imagen materna; es decir, el conjunto de las imágenes interiorizadas, ligados a lo vivido subjetivamente, correspondiente a lo emocional.
-La relación entre el hijo y la mujer que es su madre; es decir, la relación con el conjunto de lo consciente, el incosciente y lo vivido con relación a la madre como mujer y no ya como madre; a lo que se añade la relación entre el hijo y el anima de su padre.

    La construcción de la representación inicial del animus se basa de manera idéntica en la relación entre la madre y la hija y su padre, así como en la relación entre la hija y el animus de su madre.

     De este modo, el padre y la madre, en su realidad inmediata, no se hallan en el origen de la diferenciación sexual, sino que otorgan una figura individual y única a unos esquemas ya existentes, contenidos en el inconsciente colectivo. La triangulación edípica no se entiende más que teniendo en cuenta la masculinidad  inconsciente de la madre y la femineidad inconsciente del padre.

     En el seno de la matriz arquetípica, debido a la importancia de lo vivido subjetivamente y a la relación entre inconscientes, dos niños de igual sexo que tuvieran los mismos padres no poseerán la misma interpretación.

     Esta representación inicial habrá de constituir la matriz de las primeras fijaciones afectivas. Más tarde, todos los encuentros femeninos o masculinos, del tipo que fueren, van a modificarla y, en consecuencia, modificarán el tipo de personajes del otro sexo del cual es susceptible de encontrar. Esto es lo que constituye esa facultad de evolución y de transformación que todo ser humano posee en sí.



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